martes, 30 de agosto de 2011

Las relaciones de la escuela y la familia


LAS RELACIONES DE LA ESCUELA CON LA FAMILIA Y LA COMU-NIDAD, EN EL CAMINO HACIA LA EQUIDAD

El sistema educativo –y cada escuela en particular– esperan que las familias y comunidades cumplan con asegurar ciertas condiciones que permitan realizar satisfactoriamente la tarea de educar a sus hijos. Por su lado, las familias y comunidades, que en su mayoría valoran altamente la educación escolar, esperan que las escuelas cumplan eficazmente su función educadora. En otras palabras, los actores de cada lado de la relación se acercan a la misma con sus recursos y sus limitaciones, pero también con representaciones y expectativas, con responsabilidades y condiciones por cumplir. Como en toda relación entre actores sociales e institucionales, hay encuentros y desencuentros, situaciones en las que las contribuciones de ambos lados generan condiciones habilitantes o –por el contra-rio– condiciones que propician el fracaso escolar.
En los últimos años los sistemas educativos y las escuelas han cambiado. Sus pedagogías han dado un giro, al menos discursivo, de la enseñanza al aprendizaje, del docente al estudiante; los docentes debieron adaptarse a estos cambios, además de enfrentar cada vez mayores demandas sociales pese al deterioro de sus condiciones laborales. Estos cambios generaron, en algunos casos, mayor apertura y adecuación de las escuelas a sus entornos inmediatos –es decir, a sus familias y sus comunidades–, pasando a depender de los recursos y capacidades existentes en el territorio local; en otros casos, no obstante, las escuelas parecieran seguir un guión inmune a dichos entornos.
Del otro lado, en el contexto actual, no es sencillo hablar de familias o comunidades. Los patrones clásicos de composición familiar cambiaron tanto que es necesario preguntarse de qué familias se habla en cada circunstancia. La frecuencia de la típica configuración padre - madre - hijos con roles tradicionales ha disminuido tanto que, probablemente, ha dejado de ser la configuración mayoritaria entre los núcleos familiares en América Latina. Algo similar puede decirse de las comunidades en un contexto de creciente individualismo y de globalización económica y cultural, en el cual incluso las poblaciones rurales tienden a asumir cada vez más los patrones de vida urbanos, con toda su complejidad y diversidad.
Al mismo tiempo, uno de los cambios sociales más importantes de las últimas décadas en América Latina ha sido el rápido crecimiento de la cobertura escolar, que implicó la incorporación de niños y niñas de etnias, culturas y estratos socioeconómicos que antes estaban excluidos del sistema escolar. En consecuencia, la población escolar, que antes era relativamente homogénea, pasó a ser cada vez más diversa y desigual; hoy la escuela se encuentra con miles o millones de niños y niñas diferentes en sus tradiciones y en sus condiciones para aprender, que se parecen poco al perfil del alumno que ha estado siempre implícito en los currículos y las normas del sistema educativo. Se crearon escuelas en el seno de comunidades antes excluidas, pero sin adaptar su diseño institucional y educativo a sus características y necesidades específicas. En ese contexto, muchas familias no identifican o no logran satisfacer exigencias que las escuelas asumen como supuestos o como prerrequisitos para su funcionamiento.
A lo anterior se suma que en los últimos años se fueron recomponiendo y reconfigurando los lazos entre las escuelas y su contexto, en un marco de transformaciones económicas y sociales complejas que tienden a exigir mayor participación de las familias y las comunidades en la marcha de las instituciones educativas; pero que, al mismo tiempo, les imponen condiciones laborales que impiden u obstaculizan su respuesta a esa exigencia. A la vez, el modelo económico de mercado se ha introducido en el sistema escolar público, en unos países más que en otros, ubicando a las familias en el lugar de clientes y a las es-cuelas como proveedoras de un servicio sujeto al juego de la oferta y la demanda.
Bello Manuel y Verónica Villarán. Las relaciones de la escuela con la familia y la comunidad, en el camino hacia la equidad, en Néstor López, Coord. (2009) De las relaciones, actores y territorios. Hacia nuevas políticas para la educación en América Latina, UNESCO, Buenos Aires, Argentina, pp. 115-116.

Las familias forman parte de un grupo mayor, de un entramado social que les da sentido e identidad; por ello, también es fundamental comprender cómo este grupo mayor, la comunidad, se vincula con las escuelas. Este entramado social o comunidad es entendido aquí como aquel conjunto de personas que habitan un espacio o territorio común, delimitado por fronteras políticas como en el caso de las comunas, municipios o barrios. Es cierto que estas configuraciones geopolíticas no constituyen por sí mismas comunidades, en el sentido clásico del término (no necesariamente suponen identidad, intereses, proyecto común, lazos solidarios, etc.), pero posibilitan en quienes las habitan un mínimo común, que deviene justamente del territorio habitado como espacio de convivencia y cotidianidad, que no siempre es pacífica.
La pertinencia de la educación está fuertemente vinculada a la relación que establece la escuela con la comunidad y el contexto donde está ubicada, así como su capacidad para poner a disposición de la comunidad un conjunto de servicios para apoyar su desarrollo y para promover su participación en las acciones y los proyectos que la escuela adelanta.
Esta relación también puede involucrar otros asuntos: la veeduría de la comunidad sobre el cumplimiento de la función social y educativa de la escuela; el uso de la planta física y de otros bienes, y medios por parte de la comunidad; alianzas y trabajo conjunto, intersectorial, con las organizaciones sociales de la comunidad; y fortalecimiento del capital social de la comunidad (organización, participación, experiencia, relaciones, vínculos de confianza) en beneficio de la labor educativa.
Se parte reconociendo el valor y el potencial de una relación constructiva y positiva entre escuelas y comunidades, con miras al desarrollo y provecho de ambas. Las escuelas pueden y deben apoyarse y apoyar a las comunidades en las que se ubican, en tanto que las comunidades deben cuidar, aportar y beneficiarse de sus escuelas. Una relación saludable puede generar posibilidades para una y otra, y es con esa intención que conviene analizarla, reconociendo –como se dijo antes– que tiene en esencia un carácter fuerte-mente contextual. No obstante, esta relación puede y debe ser potenciada en todos los casos.
La revisión de la relación entre escuela y comunidad se desarrolla aquí considerando sucesivamente las siguientes características deseables para el logro de una buena relación: el sentido de mutua pertenencia, alertando al mismo tiempo sobre sus riesgos; la interculturalidad y la atención a la diversidad; y el reconocimiento y la corresponsabilidad en casos de problemáticas más críticas.
Manuel Bello y Verónica Villarán. Cooperación eficaz entre escuela y comunidades en Néstor López, Coord. (2009) De las relaciones, actores y territorios. Hacia nuevas políticas para la educación en América Latina. UNESCO, Buenos Aires, Argentina, .pp. 118-120.

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